Desde que era pequeño Julio César Cuitiva supo que había nacido para ser artista. Con los pequeños ojos de un niño de cinco años, veía todo cuanto lo rodeaba como algo único y especial; incluso el vaso más insignificante en medio de la encimera de la cocina, era motivo para dibujar en las hojas de un block recién comprado por su padre. Él nombra esta facultad como “sensibilidad artística”, que es la capacidad de ver más allá de lo simple e identificar la esencia de las cosas.
Sus padres vieron en él esas ansias por la pintura, pero no lo apoyaron completamente; Y aunque su padre tenía como pasatiempo en su juventud pintar, algo que Julio César supo muchos años después, siempre quiso que su hijo fuese un ingeniero. De este modo alentó y formó a su hijo en este campo: le compraron colores, marcadores, reglas y cuadernos para que hiciera los garabatos típicos de un niño pequeño, creyendo que así conseguiría que Cuitiva estudiara lo que el anhelaba. Pero, al ver cómo el talento de Julio César evolucionaba y crecía con el paso de los días, hacia otra rama como lo es el arte, dejaron de presionar a su hijo y dejarlo ser.
“El arte es vida”: Julio César Cuitiva
Por: Valentina Silvestre- Brigith Barona
A medida que fue creciendo en años, también lo hizo su habilidad. En su adolescencia ocupaba su tiempo libre pintando, interpretando el mundo a su manera y retratándolo en sus obras. En aquel tiempo, según Cuitiva, el arte era sinónimo de honra; ser un artista era una profesión de renombre, que otorgaba cierto estatus, por lo que este hecho, sumado a la inspiración de artistas como Vincent Van Gogh y Robert Pearson, no hizo más que aumentar sus ganas de hacer del arte su vida entera.
Al terminar su bachillerato decidió estudiar diseño gráfico en el Sena pero su corazón estaba en la pintura. Sólo cursó un semestre y luego se matriculó en la Universidad Nacional de Bogotá para estudiar artes. Cinco años después, se graduó y, tres años más adelante, se mudó al departamento del Tolima. Vivió en Prado un tiempo vendiendo su arte a personas de allí, pero luego se trasladó a Ibagué. Ya en aquella ciudad, Cuitiva empezó a trabajar en diversos sitios ejerciendo su profesión artística. Pasó por varios establecimientos educativos y finalmente obtuvo un puesto en la Universidad del Tolima. Julio César empezó a notar cómo el arte y el respeto que antes se le tenía, empezó a ser estigmatizado por la sociedad; esta no aceptaba lo que a él tanto le apasionaba como un trabajo serio.
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Desde su experiencia se dio cuenta que las personas empezaron a tener una mala imagen de los pintores; decían que los artistas no hacían nada, que en general eran unos “vagos”; “La gente dice ¿Quiénes estudian arte? Pues los locos, los marihuaneros, las lesbianas, los inadaptados sociales, los gays. Ese es el estigma que se le ha dado al arte”, comenta Julio César. Incluso padres de familia de algunos de sus alumnos no aceptaban que estos estudiaran arte y les aconsejaban estudiar algo “productivo” como medicina o derecho, algo que diera ingresos económicos suficientes para vivir bien.
Debido a esto, Cuitiva decidió hacer algo por el arte en la región y así demostrar cuan equivocada estaba la sociedad, ayudando en la creación del Museo del Arte del Tolima. En este espacio, el maestro Cuitiva expone algunas de sus obras, ya que aprecia que las personas se sensibilicen al ver sus obras y traten de entender al mundo como él lo hace, de “una manera especial, no científica”.
"Julio Cesar, un hombre alto y corpulento, sensible y amable, vive por y para ser artista"
Una pequeña entrevista:
"el maestro transmite la experiencia artística exponiendo algunas de sus obras mientras se escucha música rock suave"
Julio César vive en la actualidad con su esposa a quien conoció hace más de 11 años después de un divorcio repentino, que le dejó cuatro hijos y a una joven a quien considera como su hija. Juntos crearon un negocio familiar llamado Palmeto, un café tertulia que se encuentra ubicado sobre la calle 10 entre la avenida quinta y octava, junto al parque centenario. En aquel lugar, el maestro transmite la experiencia artística exponiendo algunas de sus obras mientras se escucha música rock suave; con esto quieren atraer a los ibaguereños, en especial a los jóvenes, para que las nuevas generaciones aprendan a apreciar el arte. A pesar de que, en el momento en el que el Julio Cesar decidió dar origen a este establecimiento social, existían muchos cafés en la ciudad, sin embargo este lugar es característico del sector (barrio centenario) debido a sus años de fundación y al sazón tan característico y saludable que tiene el establecimiento.
Julio Cesar, un hombre alto y corpulento, sensible y amable, vive por y para ser artista. Todas sus acciones laborales son dirigidas a concientizar a las personas acerca de la magia que envuelve al arte, en especial a sus alumnos de la Universidad del Tolima. Y es que a pesar de los malos comentarios acerca de su profesión, Julio César vive feliz, haciendo lo que más le gusta: pintar.